domingo, 7 de octubre de 2012

EL CID. EL MITO


Existen dos imágenes muy diferentes del Cid: la mítica y la histórica.

 La figura mítica nos transmite el perfil de un héroe cristiano, siempre leal a su rey, un héroe comprometido sin matices en la lucha contra el Islam. Esta figura comenzó a formarse ya a partir de las fuentes literarias, como el Poema del Cid, pero encontró su confirmación definitiva gracias a la labor de historiadores como Menéndez Pidal, quien en su España del Cid (1929) pintaba al personaje como el arquetipo romántico de una nacionalidad española forjada en el «carácter popular» castellano. Nobleza, valor, lealtad, rectitud y espíritu de cruzada serían a la vez los atributos del héroe y los del «carácter nacional», ejemplo, por tanto, para los españoles de todos los tiempos. Sin embargo, la mayoría de los historiadores actuales, libres de los prejuicios del nacionalismo romántico, han reconstruido el personaje sobre la base de una interpretación sobria de los documentos y una reconstrucción realista del contexto de la época.

EL CID HISTÓRICO

Desde principios del siglo XI el califato de Córdoba se disgrega en una serie de principados independientes, las Taifas. A partir de ese momento la superioridad militar cristiana es abrumadora y parece asegurado el cumplimiento del ideal de reconquista; a pesar de lo cual no se dan pasos importantes en este sentido hasta 1085, cuando Alfonso VI, rey de Castilla y León, conquista Toledo. A partir de 1086 la expansión almorávide desde el Magreb pondrá a los cristianos durante muchos años en una situación meramente defensiva. Si los reyes cristianos anhelaban la reconquista, ¿por qué no aprovecharon el largo período de las taifas? El ideal de reconquista, alimentado por la evidente hostilidad entre islámicos y cristianos, podía volverse intermitente y ceder ante otros objetivos más codiciados: el primero era la expansión territorial a costa de otros reinos cristianos; el segundo consistía en el cobro de impuestos a las débiles Taifas a cambio de protección. Ambos fines (conquista de territorios cristianos fronterizos o cobro de parias) eran alternativas rentables a la reconquista (ninguna de las dos requería esfuerzo repoblador); pero ambas implicaban enfrentamientos entre ejércitos cristianos, luchas en las que el beneficio territorial o pecuniario primaba sobre la fe religiosa.
Así Fernando I de Castilla derrota a su hermano García de Navarra que resulta muerto en la batalla de Atapuerca (1054); como consecuencia la frontera se desplaza para englobar nuevos territorios al norte de Burgos; es allí entre Urbel, Ubierna y Vivar donde el padre del Cid, el infanzón Diego Laínez, instala sus dominios y sus molinos. Se trata de un miembro de la pequeña nobleza que consigue su ascenso social gracias a la práctica de la milicia al servicio del rey, así como a un matrimonio ventajoso. Su hijo Rodrigo Díaz, nacido a mediados de siglo, parecía en principio destinado a este tipo de promoción feudal basado en el engrandecimiento del patrimonio mediante nupcias convenientes y en la recompensa por la ayuda militar al monarca: en 1064 asiste a la batalla de Graus, en la que contingentes castellanos defienden al reyezuelo de la taifa Zaragoza contra el ataque del rey de Aragón, que es derrotado y muerto; así el jovencísimo Rodrigo puede comprobar in situ los efectos de la lógica utilitaria: el cobro de parias no sólo implica el abandono de la reconquista, sino también el enfrentamiento sangriento entre cristianos.
Entre 1065 y 1081 Rodrigo Díaz adquiere fama militar y nombre. Cuando Sancho muere asesinado, le sucede su hermano y enemigo Alfonso. No parece que la nobleza castellana ni Rodrigo se vieran conmocionados por la transferencia de lealtades al nuevo rey (la jura de Santa Gadea no ha dejado rastro en las crónicas). Rodrigo se adapta perfectamente a la corte de Alfonso VI; en 1074 su matrimonio con Jimena, miembro de la alta nobleza astur, confirma su ascenso social.
El guerrero vagabundo
Tras 16 años de ascenso en el marco de la monarquía feudal castellana, el Cid sufre en 1079 su primer destierro. Presumiblemente la ira regia de Alfonso VI no fue causada por las envidias de la corte, sino por las acciones del propio Rodrigo, un guerrero demasiado bronco y voraz. Dos acciones parecen haber influido: la pelea con un noble castellano (García Ordóñez) en disputa por las parias y el saqueo indiscriminado de la taifa de Toledo, protegida por el rey Alfonso VI. La ambición acompañada de una audacia extrema volvían a Rodrigo amenazador para los guerreros de su propia casta. El Cid era consciente de su propia superioridad en el combate con cualquier otro guerrero. Su fama se había extendido; en 1079 comenzó a circular un poema latino celebrando su victoria sobre García Ordóñez.
Una vez disueltos los lazos de vasallaje, el Cid podía ofrecer sus servicios a quien quisiera; por tanto reunió una mesnada y se ofreció como vasallo a soldada al rey moro de Zaragoza. La defensa de la taifa zaragozana implicó al Campeador en una serie de combates victoriosos tanto contra las taifas vecinas, como contra los príncipes cristianos, como el conde de Barcelona, al que venció y tuvo preso hasta cobrar su rescate. Hacia 1090 se constituye en el recaudador exclusivo de las taifas levantinas. En este período el Cid extiende tanto su fama como su fortuna: gracias a la percepción del tributo en oro puede enriquecerse y enriquecer a sus hombres «por la ganancia cogida, que es tan buena y tan cabal». Actúa por el beneficio y al margen de cualquier idea de cruzada, incluso ataca y saquea la Rioja, lo que lamenta el propio cronista de la Historia Roderic (Historia de Rodrigo). Hacia 1092, se ha convertido en el empresario militar más exitoso de Europa; sus ingresos anuales superan los 150.000 dinares de oro (el máximo y muy espléndido donativo que recibía la rica abadía de Cluny provenía del rey de Castilla y no pasaba de los dos mil dinares).
El cruzado
Hasta finales del s. XI el Cid había sido una especie de señor sin feudo, un guerrero desarraigado y extremadamente individualista cuya prosperidad no estaba vinculada a la posesión de tierras. Pero con la invasión almorávide se modificaron radicalmente las perspectivas: cesaron las parias, los ejércitos cristianos tuvieron que ponerse a la defensiva y actuar unidos; por otra parte desde 1091 comienza la predicación de la Primera Cruzada. La vida del Cid experimenta un cambio decisivo: en lugar de luchar contra los príncipes cristianos, se alía con ellos; en lugar de limitarse a recibir rentas líquidas, se compromete en la conquista territorial de la antigua taifa levantina. En 1094 desplegando su características mezcla de valor, astucia y crueldad, el Cid conquista Valencia.
Una vez en el interior de sus murallas tortura y quema a varios personajes importantes para averiguar la localización de tesoros. Este mismo año derrota a los benimerines en la batalla de Quart, demostrando por primera vez que podían ser vencidos. Rodrigo siguió peleando en defensa de Valencia hasta su temprana muerte por enfermedad en 1099 (con 51 ó 52 años). Durante la mayor parte de su vida el Cid se había mostrado como un guerrero valiente, arrogante, consciente de su superioridad, astuto y cruel; su individualismo y su irrefrenable deseo de ganancia hicieron de él un vasallo ingobernable. Sólo en los años finales, apremiado por peligro de los benimerines, su actuación viene a coincidir con el canon del cruzado cristianO

http://www.youtube.com/watch?v=gecwV7mnIq8

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